En los últimos años, estas instalaciones han mejorado su rendimiento y reducido la cantidad de gases que vierten a la atmósfera. Pero continúan siendo las principales fuentes de dióxido de carbono, óxidos de nitrógeno y dióxido de azufre.
Más o menos la mitad de la electricidad que se produce en nuestro país procede de centrales de carbón.
Un aspecto engorroso de este tipo de centrales es que necesitan un gran depósito de carbón anejo. El carbón se pulveriza finamente antes de ser quemado en la cámara de combustión. Esta cámara está tapizada de finas tuberías en cuyo interior el agua se vaporiza. El vapor es conducido a la turbina, conectada a su vez a un generador.
El vapor a baja presión y sin fuerza que abandona la turbina es llamado vapor “muerto” y pasa a una cámara de condensación donde se convierte de nuevo en agua líquida. Después es inyectado de nuevo en las finas tuberías de la cámara de combustión, donde se vuelve a convertir en vapor “vivo”.
Todo el proceso genera gran cantidad de inconvenientes al medio ambiente: agua de refrigeración devuelta a los ríos a elevada temperatura, cenizas residuos de combustión, y humos cargados de dióxido de azufre, óxidos de nitrógeno y partículas en suspensión.
Por esta razón, las centrales térmicas de carbón suelen estar ubicadas lejos de las ciudades, cerca de alguna cuenca minera cuyos carbones puedan aprovechar (aunque el carbón importado hace innecesaria esta localización). Hay diez centrales de carbón con potencia superior a los 500 MW, siete de ellas localizadas en el ángulo NO de la península.
El cumplimiento del protocolo de Kioto resulta bastante incompatible con la operación de las grandes centrales térmicas. De hecho, buena parte de estas instalaciones deberán cerrar sus puertas en los próximos años.
Enlace de interésConcello de As Pontes.
Sede de la mayor central térmica de España.