La energía en bruto se convierte en energía utilizable en su destino final en diversas instalaciones, que van desde una central térmica de carbón a un panel solar.
Los cuatro principales tipos de conversores: Refinerías y centrales térmicas, nucleares y de gas. Más de 80% de la energía que se consume en España pasa por estas instalaciones.
Refinerías
Estas grandes fábricas reciben petróleo crudo y producen toda clase de carburantes y materias primas, a un ritmo de decenas de millones de toneladas anuales.
Centrales de fuel
Usar petróleo para fabricar electricidad no es ya una buena opción desde el punto de vista económico ni ambiental.
Centrales de gas de ciclo combinado
Su alto rendimiento y baja emisión de contaminantes las convierte en la mejor opción a corto plazo de la industria termo-eléctrica.
Centrales térmicas de carbón
Cada vez menos aceptables en un modelo energético que camina hacia la sostenibilidad, pero sin un repuesto claro a corto plazo.
Centrales nucleares
Construídas las más modernas hace 20 años, se enfrentan a un cese paulatino de su actividad a medida que llegan al final de su vida útil.
Centrales de biomasa
Producen calor para agua caliente y calefacción y también electricidad. Una opción prometedora para el futuro.
Centrales hidroeléctricas
Desde antiguos molinos harineros reconvertidos a colosales embalses, más de un millar de estas centrales existen en nuestro país.
Aerogeneradores
Desconocidos hace solo diez años, hoy son un elemento habitual en el paisaje.
Incineradoras de residuos
La opción actual consiste en construir incineradoras muy grandes, encargadas de tratar la basura de pobladas comarcas.
Colectores solares térmicos
Desde los más sencillos (poco más que una manguera negra enroscada en una caja acristalada) a sofisticados centros de investigación, como la Plataforma Solar de Almería.
Instalaciones fotovoltaicas
Se pueden construir en un rango de potencias que va desde alimentar una calculadora de mano a proveer de electricidad a un pueblo entero.
Dar prioridad a la conversión más eficiente y menos contaminante. La clave está en un proceso simple y que no genere subproductos indeseados, como emisiones de compuestos tóxicos o dióxido de carbono.